domingo, junio 04, 2006

Érase una vez una flor...

Nací con mi cuerpo hundido en una tierra desconocida. Una tierra que -sin saber por qué- me tiene preso. He visto en mis cortos días el paso de la misma abeja, me hiere. Y he sentido la dulzura y la espada del viento, que me hace estremecer y amenaza con quebrarme.
Cada amanecer -al despertar- se hiela mi corazón con el rocío. Y no comprendo por qué hay un nuevo amanecer.
¿Por qué-pregunto a las otras flores que me acompañan desde siempre-, por qué la soledad de las noches sigue al fuego del crepúsculo?¿Por qué mi alma tiembla ante el sueño de la libertad, si, en realidad, vivo en la tierra y por la tierra? Y mis compañeros de orilla no saben responder.
- Siempre fue así- me explicaron desde su propia soledad-. Olvida esos sueños imposibles. Pero sigo viendo las aguas que pasan ante mí, en el misterioso río que siempre estuvo allí y que alimenta cada día mis esperanzas de libertad y sabiduría.
Las viejas flores, espantadas, rechazan mi idea. Y se preguntan por qué no conformarse con la tierra que nos alimenta y con el paisaje que nos envuelve. ¿Por que tener que pensar?. Aquellas aguas que a veces salpican mis pétalos parecen embrujadas. Y algo me impulsa ya a saltar sobre su cauce. Y buscar nuevos horizontes. Y saber de nuevos mundos.
Sueño con dejarme arrastrar por la corriente. Por ese chorro de vida líquida que está ahí, siempre, con una llamada entre piedras y juncos. Como una señal. Como un grito casi. Como un anuncio de que hay otra vida. Como un clarín sin color que clama y pide e implora y advierte del barro de nuestra existencia, de lo absurdo de estas raíces que me paralizan en un solo punto de la tierra.
Siento el impulso irrefrenable de marchar. De escapar de esta orilla de la vida, donde todo permanece inmovil, y conocer nuevos horizontes.
Y una mañana, aquella flor diferente -que soñaba quizá más que las demás- se decidió. Y saltó al cauce del río. Durante horas, las aguas la arrastraron sin orden. Sintió morir mil veces. Sintió una fuerza arrolladora.
- Está loca- comentaban las unas con las otras-. Perderá todo cuanto tiene. Morirá.
Pero la pequeña flor de pétalos cálidos siguió avanzando por el centro de la corriente. Y al poco -casi como un milagro- comenzó a sentir una extraña paz. Había entrado en un enorme lago. Un mundo desconocido, pero bello. Un mundo de sensaciones. Un mundo donde todo era movimiento y luz...
Y la flor se sintió feliz. Ahora sí era libre...
Para algunos, la vida es sólo un cementerio de ilusiones; para otros, un atajo hacia la ilusión.

2 Comments:

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