jueves, marzo 15, 2007

Pensando...

Caen las últimas luces de la tarde sobre los tejados, igual que caen los últimos cimientos de mi alma sobre el papel. La oscuridad se cierne sobre la ciudad, al igual que lo hace dentro de mí. Me siento vacío, hueco, abstracto. Miro alrededor y veo emociones intensas, sentimientos tan profundos que provocan otros aún más profundos. Pero ninguno me pertenece. Nada es mío, todo es de todos. Y yo también. Sobrevivo usurpando emociones, alimentándome de lo que otros sufren y disfrutan. Este corazón de neón siempre necesitó de más energía para poder brillar de la que yo mismo le puedo proporcionar. Soy, quizás, un parásito de emociones.


“Oye tu interior”, me dicen, mas nada se escucha. La gente me apunta al pecho para que lo que sea que hay dentro me guíe, pero yo todo lo oigo de cuello para arriba. Ése es otro de los motivos por los que pienso esto: precisamente porque pienso. Todo lo pienso, nada lo siento, es todo siempre tan cerebral que los únicos sentimientos que de verdad puedo llegar a sentir en mis entrañas son la rabia y la envidia. Envidio a quien sí siente, a quien es capaz de llorar por amor, por desamor, por dolor o por felicidad. Yo ni siquiera creo haberlo sentido nunca, aun cuando estaba convencido de hacerlo. Y la rabia la trae esta manía mía de pensar, de no parar de darle vueltas a todo, de maquinar y maquinar sin parar cuando lo que debo hacer es dejar las cosas fluir. Lo sé, pero algo en mí se niega a actuar siguiendo tales directrices, y pienso, pienso y pienso, y maquino, maquino y maquino... mas nunca siento. Algunos dicen que soy duro, otros que soy frío, otros que simplemente las lágrimas no son mi forma de demostrar mis sentimientos... ¿cuál es, entonces? ¿O esta carencia se deba a mi carencia de sentimientos?


Sí hay una sensación que abunda en mí últimamente, y es que todo, absolutamente todo lo que me ocurre, lo que me afecta, lo que debería trastocar mi interior, es en realidad fruto de mi cerebro, una respuesta estudiada y meditada inconscientemente ante un estímulo al que el resto del mundo actuaría de forma similar. Si me dan un regalo, sonrío y estoy alegre; si me dan una mala noticia, el semblante me cambia y nada me hace gracia, si me ofenden, me enfurezco y elevo la voz. ¿Pero es así en realidad? Creo que no, que me limito a hacer lo que en ese momento toca hacer. Es decir, plagio las reacciones de otros. Me camuflo. Soy el camaleón de las emociones, que trafica con sentimientos que no son suyos.