sábado, abril 28, 2007

La Mariposa que voló sobre el mar.

Caía la tarde, era la última hora de calor, del calor pegajoso de una taciturna tarde de verano. Millones de mosquitos e insectos de todas las clases inimaginables sobrevolaban el campo. A pesar de calor, llegaba una suave brisa con olor a pescado del este, del mar.
La crisálida se movió de repente, ya estaba lista para salir. Se siguió moviendo, presa entre seda necesitaba volar…
Volar hacia el ocaso, hacia su propia muerte, pero volar. Volar sin cesar hacia el mar.
Poco a poco la seda iba cediendo, ni siquiera las más suaves y delicadas telas eran capaces de retenerla. Por fin consiguió abrir un pequeño espacio, ahora por lo menos podía ver lo que la rodeaba, y se sintió pequeña, lo que para algunos era un simple jardín para ella era una gigantesca y asfixiante selva. Siguió rompiendo la larva hasta que por fin tuvo espacio para salir. Ya era libre…
Dudo un segundo. Despegó las alas y las agitó. Era una maravillosa mariposa, noble y fantástica… y libre. Negra en los bordes y del azul más intenso y cristalino que se pueda imaginar. Alzó el vuelo y se marchó.
Se marchó para nunca volver, sin ni siquiera echar la vista atrás. Con el calor y el día se fue, hacia el mar en busca del sol.