jueves, octubre 26, 2006

Luz de Luna

Las últimas horas Braont había estado divagando por el bosque, lejos de su poblado, todo empezó cuando él había salido a vigilar las cercanías de la fortificación donde el habitaba con todos los suyos, en los últimos meses habían sufrido algunos ataques de una de las tribus vecinas.

En la zona donde se encontraba el poblado de Braont, la espesura del bosque era tal que permitía un grupo no demasiado numeroso el aparecer y desaparecer en cuestión de segundos sin que se pudiera apreciar su presencia con la suficiente antelación, si además era una de esas mañanas en las que la niebla envolvía el bosque la situación era aún más peligrosa.

Pero el poblado de Braont llevaba allí mucho tiempo, desde que el padre de su abuelo llegó procedente de tierras más al norte en busca de buenos pastos y bosques en los que subsistir, y aquel robledal salpicado de grandes hayas era ya un lugar sagrado para su pueblo, los druidas se internaban en la espesura del bosque donde tenían sus altares, a los que nadie excepto ellos osaban acercarse.

Aquella noche de fina lluvia, el joven guerrero estaba preparado para vengar las afrentas recibidas por los suyos en los últimos días, Braont se separó del grupo para buscar un sitio desde el que poder tener mejor visibilidad sobre esa parte del bosque, una vez hubo andado unos metros, observó a los lejos una gran piedra granítica que se elevaba justo debajo de las copas de algunos árboles, sin duda alguna ese era un buen punto desde él que podría observar los movimientos en el bosque.

El joven se dispuso a escalarla para poder comprobar la bondad de aquel punto de vista, dejó todas sus armas en el suelo, excepto el puñal corto que siempre guardaba trás sus pantalones, la piedra apenas presentaba fisuras a las que poder agarrarse, además su base estaba sembrada de pequeñas rocas puntiagudas que hacían más peligrosa la escalada en caso de caída, pero esto no pasaba por la mente de Braont, a la hora de tener que enfrentarse ante cualquier medio de la naturaleza, las dificultades no empañaban su valor, era lo que le habían enseñado a él, y de lo que siempre se jactaban sus antepasados.

Una vez superados los diez u once pasos necesarios para poder llegar a la cima, diose cuenta de que aquella roca extraña y difícil de escalar estaba justo en aquel momento orientada en la dirección en la que se encontraba la luna, Braont calculó por la posición de la luna respecto al bosque que debía ser medianoche, ahora empezaba a soplar una suave brisa que no era demasiado fría pues la estación veraniega ya había llegado, En las cercanías de su poblado todos se reunieron días atrás para celebrar la llegada de los meses calurosos, ya habían prendido fuego a las hogueras como ofrenda a los dioses para que el resultado de las cosechas fuera bueno y sus almas se purificaran de malos espíritus.

De pronto el guerrero quedó cegado por una luz de la que no pudo ver su procedencia, Braont se agacho sobre al apendice puntiagudo en el que terminaba la roca, y se asió con las dos manos para evitar perder el equilibrio debido a la falta de visión, pasaron algunos segundos y un sudor frío empezo a resbalar por su frente, en este breve tiempo su mente había estado dando vueltas a un ritmo trepidante sobre la situación en la que se encontraba, su primera idea era que estaba frente a la manifestación de alguna divinidad del bosque que moraba en las cercanías de esa piedra, y él había osado entrar en sus dominios, se encontraba frente a lo único a lo que sus mayores le habían enseñado a temer.

Pronto comprendió que en esa situación su fin estaba cercano, aunque sus ansias juveniles de vivir le obligaron a seguir pensando, él había sido buen seguidor de las enseñanzas de los druidas, siempre había sido respetuoso al extremo en los sacrificios a los dioses, y ahora se preguntaba porque había caído en su desagrado.

Mientrás tanto la luz había ido disminuyendo en intensidad sin que el céltico guerrero lo hubiera apreciado pues mantenía sus ojos sellados de temor, luego escucho un susurro seguido de una brisa de aire que le dio suavemente en la cara como devolviendole el aliento a su espíritu, se reanimo de tal forma que abrió los ojos, al hacerlo poco a poco fue teniendo una visión clara de lo que frente a él se encontraba, desde la misma luna una intensa luz iluminaba un cuerpo de mujer joven, Braont se fijó poco a poco más en ella, vestía blanca túnica, su pelo era como el de Braont, del color de los campos que los suyos cosechaban al inicio del mes más caluroso, del color del sol, su gesto era dulce.

En ese instante el guerrero apreció que la mujer que se encontraba frente a él no se apoyaba sobre ningún elemento, y sin embargo estaba a la misma altura que él sobre la cima de la roca, su temor volvió a aflorar, era el miedo a lo sobrenatural, a lo divino, pensó que la única solución era saltar de esa roca y salir corriendo a encontrar al resto de su grupo antes de que ese espíritu decidiese mostrar su poder, tensó sus músculos y se dispuso a saltar al suelo, la altura de la roca era como de unas diez veces la longitud del cuerpo de Braont, pero eso no le importaba, solo quería correr y seguir viviendo.

Cuando estaba dispuesto a saltar, la mujer que estaba frente a él callada, sonrío con dulzura, y Braont que seguía teniendo un miedo atroz, se quedó parado unos segundos perplejo frente a la belleza de la imagen que frente a él se encontraba, era como si fuese teniendo menos miedo por instantes.

Así transcurrieron unos segundos más, durante los cuales el joven no se atrevío a pestañear, ni por un segundo relajó sus musculos que estaban prestos a realizar el arriesgado salto, pero de pronto la luz fue perdiendo intensidad hasta que desapareció del todo, Braont aún permaneció unos instantes mirando el bosque en la dirección en la que la luna proyectaba su luz, pero ya no veía a la joven.El aire volvió a soplar de nuevo y el guerrero se encontró de pronto de nuevo en la consciencia de su situación anterior, los demás del grupo seguro que debían andar buscándole y él no podía saber que tiempo había transcurrido desde que se separó de ellos, para él había sido como una eternidad.

Destrepó los pasos de roca hasta llegar a la base de la piedra, recuperó el resto de sus armas y empezó a correr en la dirección en la que había abandonado el grupo, tras avanzar unos metros se volvío a mirar hacia la roca y la zona del bosque más iluminada que ahora se encontraban detrás de él, la luna seguía clareando esa parte del denso hayedo como si fuese pleno día.

Braont volvió a inciar su carrera y mientras se dirigía al encuentro de sus compañeros, recordó como una vez su abuelo anciano le contó que los dioses siempre veían con agrado a los guerreros más nobles y valerosos, y como un guerrero de la tribu, cuando vivían en los bosques del norte, una noche fué envuelto por una espesa niebla que le llevó lejos de su casa, y que al volver contó a los druidas del poblado que se había encontrado con el espíritu que moraba en el bosque, y que como tras contarlo y a pesar de ser un guerrero valeroso fue rechazado por los druidas y a partir de entonces fue perdiendo estima entre los suyos.

Pero Braont pensaba que a él no le pasaría lo mismo, el no iba a contar nada en el poblado sobre lo que le había acontecido, aunque ¡por Lugh!, estaba seguro de que esa noche se había encontrado frente al espíritu de la mismísima luna en el bosque, y estaba seguro de que él y los suyos esa noche iban a vencer a sus enemigos de la tribu vecina, esa noche iban a contar con una ayuda inestimable, esa noche les iba a ayudar la LUNA.

martes, octubre 17, 2006

***Sanomi***

domingo, octubre 15, 2006

Leyenda de las Siete Doncellas de Simancas

Escuchen con atención
Lo que en Simancas pasó
A siete de sus doncellas
en el Reino de León.

Según nos cuenta la historia
Sucedió en esta villa
Que Siete bravas doncellas
Casi se quitan la vida.

Por no pagar el tributo
Que el Moro las exigió
Se cortaron sendas manos
Con gran determinación.

Abderramán Rey de Córdoba
A Don Ramiro pidió
Tributo de cien doncellas
Y este no se las negó.

Prometió aquel vil tributo
A los Moros Mauregatos
A León mandó emisarios
Que a Don Ramiro le hablaron.

Viendo éste lo apurado
Y essauto de su mandato
Quiso ganar algún tiempo
Y aceptó con gran recato.

Mandó que por aquel año
A los pueblos de su Reino
Se repartan el tributo
Que los Moros le pidieron.

A la villa de Simancas
En tan triste situación
Le tocan siete doncellas
Tanto nobles como no.

Los gobernantes señores,
Tomaron conocimiento
De todas aquellas mozas
En edad de casamiento.

Ponen guardas a las puertas
De las mozas elegidas
Para que ninguna de ellas
Haya de emprender la huida.

Las mozas pasan las noche
Entre sollozos y lloros
Pues las quieren sortear
para entregar a los Moros.

Anda la gente alterada
y como fuera de sí
Pues se ve llegar la hora
De aquel sorteo tan vil.

La gente sufre en silencio
en espera del momento
Hijas parientas y hermanas
Entran en aquel sorteo.

Como Cristianos devotos
Todos a la Iglesia van,
Hacen promesas y votos
"Pa" que les libren del mal.

Acudían a la Iglesia
Con lágrimas y sollozos
Libra Señor a tu pueblo
De este yugo de los Moros.

La mayor parte del pueblo
Está presente al sorteo
Y cuando los nombres leen
Algunos se caen al suelo.

Levantan gritos al cielo
Al no poder remediar
Que a siete de sus doncellas
Se las tienen que llevar.

Los ministros de Justicia
Se llevan a las doncellas
A quienes tocó la suerte
Por desgracia para ellas.

Al castillo las llevaron
Y en él las depositaron
En espera del momento
Que al moro las entregaron.

Todos esfuerzos que hicieron
Padres parientes y hermanos
Para defender su honra
Todos fueron hechos vanos.

Las doncellas con la prisa
Y fuerza que las llevaban
Iban a cuerpo llorando
Iban todas desgreñadas.

Los ojos llevan sangrientos
Y los rostros amarillos
De tanto llorar su suerte
Todas dan grandes suspiros.

El mucho dolor que tienen
Las anuda la garganta
No dan gritos van calladas
El temor las amedranta.

Las madres iban detrás
Dando gritos y lamentos
Mostrando tan gran dolor
Que estremece el firmamento.

La villa entera en la calle
Acompaña a las doncellas
Dando gritos contra el Moro
Que les quita tan gran prenda.

En la torre del castillo
Están todas suspirando
Esperando el gran momento
Las siete estaban llorando.

El primer Rey que en León
Don Ramiro se llamó
Al principio tuvo paz
Y al fin guerra le sobró.

Que Almanzor Rey Cordobés
En batalla le venció
Y le puso en tan estrecho
Que grandes parias le dió.

Y en las parias cien doncellas
dar cada año se obligó
Las cincuenta hijas dalgo
Las otras cincuenta no.

El tributo que era grave
Mucho tiempo no duró
Que la villa de Bureva
La su paga defendió.

Por no pagar el tributo
El cual después no pago
Que siete doncellas nobles
Que para dar escogió.

En la torre de una puerta
De esta villa acaeció
Que una noche allí encerradas
En llorar se las pasó

Y al tiempo que amanecía
La una así la habló.
Desventuradas doncellas
Quien en el mundo pensó

Que para echar a los perros
Estáis vosotras y yo.
¡Oh! la mayor crueldad
Que jamás se vió ni oyó

Que corazón hubo humano
Que tal hizo y permitió.
Más le valiera morir
Que aceptar lo que aceptó

Cortémonos pues las manos.
La primera seré yo.
Cuando ésto las hubo dicho
Con gran determinación

La mayor de las doncellas
A las otras así hablo.
Ya sabéis queridas mías
Que el tiempo nos ha traído

Una grande desventura
Que aquí nos ha reunido.
No volveremos a ver
A nuestros padres y hermanos

Los vecinos los amigos
De ellos nos van separando.
Desventurados los padres
Que con regalos criasteis

A vuestras hijas queridas
Y al Moro las entregáis.
Señor misericordioso
No permitáis más desmanes

Los hijos de perdición
No nos fuercen al ultraje.
No nos fuercen a cumplir
Sus radicales deseos

Que la Santa Ley nos guíe
Para salvar nuestro pueblo.
Por no cumplir sus deseos
A ti pedimos Señor
Que es mejor perder la vida
Que servir al invasor.

Haz Señor tu voluntad
Mueve Señor tu perdón
Mejor quisiera morir
Que esperar tan grande dolor.

Una y mil veces la muerte
Que vivir en deshonor
Hermanas tiempo tenemos
De llorar tan gran dolor.

Es el momento queridas
De buscar algún remedio
Uno hay, ese es la muerte
Pero tomar no podemos.

Dejad descansar la mente
Los ánimos reposemos
Somos cautivas Cristianas
A Dios nos encomendemos.

A mi lo que me parece
Que debiéramos hacer
Es afearnos los cuerpos
Y al Moro no apetecer.

Que más me vale quedar
Con una mancha en mi pueblo
Que padecer desventuras
Con el Moro allá en su reino.

Cortémonos los cabellos
Cortémonos pués las manos
Desfiguremos los rostros
Con la sangre que manamos.

Pongámonos horrorosas
Así no querrán llevarnos
No querrán tomar favor
Si el cuerpo desfiguramos.

Aquí faltando la voz
A las que así las habló
La doncella cayo al suelo
La pobre se desmayó.

Las doncellas asustadas
Rodean a la mayor
Tratan de reanimarla
Y al momento despertó.

Sacaron unos cuchillos
Que entre la ropa llevaban
Se cortaron los cabellos
Los rostros desfiguraban.

Y sin pensarlo dos veces
La mayor que las habló
Con un firme y diestro golpe
Una mano se cortó.

Las doncellas una a una
Tomaron la decisión
Y cortandose las manos
Imitan a la mayor.

Siete eran las doncellas
Siete mancas se quedaron
Siete gritos de dolor
Que al guardián han despertado.

El sobresalto fué grande
No sabía que pasaba
Aquellos terribles gritos
Le sobrecogían el alma.

Confuso y con gran temor
Aquel pobre carcelero
Se dirige hacia la torre
Con cuidado y grande miedo.

Se horroriza el carcelero
Es terrible lo que ve
Siete doncellas sangrando
No se lo puede creer.

No sabiendo lo que hacer
Las miraba horrorizado
Tantas heridas y sangre
Se siente atemorizado.

En tan lastimoso estado
Encerradas las dejó
Presto a los jueces informa
Lo que en la torre ocurrió.

Mientras tanto en un rincón
Con gran firmeza y valor
La más pequeña de todas
A las otras así habló.

Estas manos tan pequeñas
Tan pequeñas como yo
Cuantas caricias han hecho
Cuantos gestos cuanto amor.

Cuantos bordados hicieron
Cuantos dulces prepararon
Cuantas rosas y claveles
Cuanto cuanto han trabajado.

Cogían frutos del huerto
Tañían con gran fervor
Acariciaba a mis padres
Con ternura y con amor.

Ahora reposando lánguidas
En un gesto de oración
¡Oh! mis queridas hermanas
Se las debo a mi Señor.

Con lágrimas en los ojos
Rodean a la menor
Se funden en un abrazo
Llenas de gran comprensión.

Ante este gesto tan tierno
Les respondió la mayor
No perdamos la entereza
Defendamos nuestro honor.

Un galán me está esperando
Junto a la calle mayor
Es el galán de mis sueños
Nunca más lo veré yo.

Nunca más y bién lo siento
El Moro me lo quitó
Al separarme por fuerza
De éste que es mi gran amor:

No perdamos la esperanza
Recemos con gran fervor
Que tenemos caballeros
Que vendrán por nuestro honor:

No puede ser mis hermanas
Que ante tanto desagravio
Caballeros y plebellos
Queden de brazos cruzados.

En defensa de nosotras
Se levantarán los pueblos
En defensa de nosotras
De su honor y de su Reino.

Que en este Reino de siempre
Ha habido gente de honor
No volverán la cabeza
Ante tan gran deshonor:

Aún antes de amanecer
Se divulga la noticia
La gente acude al castillo
por ver lo que sucedía.

En la puerta del castillo
Estaba la villa entera
Escuchando lo ocurrido
A sus queridas doncellas.

La gente toma conciencia
Los ánimos exaltados
No queriendo permitir
Lo que allí estaba pasando.

En ese tiempo llegó
A los moros la noticia
Que en Simancas las doncellas
Casi se quitan la vida.

Hasta el castillo llegaron
Los Moros en comitiva
Se encontraron las doncellas
En estado de agonía.

Desfiguradas están
Las doncellas de Simancas
No las quieren recibir
Desfiguradas y mancas.

A los que gobiernan dicen
Que con toda brevedad
Elijan otras doncellas
Para poderse llevar.

Más dura les pareció
A los que allí gobernaban
Esta segunda propuesta
Que los Moros les mandaban.

Acuerdan dar cuentas al rey
Y hacia León despacharon
Diputados con noticias
Que al rey al fin informaron.

Al Rey Ramiro informaron
Al llegar los Diputados
A Don Ramiro explicaron
A Don Ramiro le hablaron.

Le explicaron largamente
Lo que en Simancas pasó
El Rey escuchaba en silencio
El rostro lo endureció.

La corte entera escuchando
Las informaciones de Simancas
Los rostros desencajados
Con ánimo de venganza.

Levantandose entre todos
Un Obispo que allí había
Increpando a los demás
El Obispo así decía.

Se levantó dió un suspiro
Y al Rey Ramiro le dijo
Que levantara a los pueblos
Que defendieran a sus hijos.

Que hacemos lo hombres quietos
Cuando las tiernas doncellas
Sólas defienden su honra
Sólas con gran entereza.

Ejemplo nos dan a todos
Aguerridos caballeros
Que aquí impasible escuchamos
Esos terribles sucesos.

Nos dan ejemplo y nos dicen
Que por su honra volvamos
Somos todos caballeros
Os invito a demostrarlo.

A estas palabras responden
A una todos caballeros
Que por defender su honra
Todos partirían prestos.

Que más valiera morir
Como nobles caballeros
Que tener como cobardes
Vida de paz y sosiego.

En armas se han levantado
Los nobles y caballeros
La guerra le han declarado
Al Moro todos los pueblos.

Se levantaron en armas
Los pueblos y las ciudades
Y hacia Simancas partieron
De todas las capitales.

Ya levantados en armas
Y publicada la guerra
En Simancas sucedia
La más terrible de aquellas.

Que en Simancas se enfrentaron
Como el León ya se dijo
En la celebre batalla
Que llamaron del Barranco.

Célebre batalla aquella
La batalla del Barranco
En Simancas se recuerda
Para orgullo de sus hijos.

Los cronistas de la época
La describen con ardor
De como los caballeros
Lucharon con gran valor:

"Pa" ejemplo mío os diré
Que como insignia llevaban
Unas banderas pequeñas
En las puntas de sus lanzas.

En las lanzas las banderas

Y en las banderas llevaban
Pintadas las siete manos
De siete doncellas mancas.

Las manos de las doncellas
Que en Simancas se cortaron
Para defender su honra
Y no ser de los paganos.

También dicen que un cendal
Bien atado iba a la lanza
Y en el cendal unos sueldos
De la moneda que usaban.

Quinientos sueldos pagar
El Rey Bermudo el primero
Había ofrecido a los Moros
Si no cumplían el acuerdo.

Acuerdo que consistía
En pagar quinientos sueldos
Por cada una de las cien
doncellas de aquel acuerdo.

El Rey Ramiro negó
El uno y otro tributo
Y a los Moros incitó
Que vinieran a tomarlo.

Que vinieran a tomarlos
De las puntas de sus lanzas
Que no permitamos más
Ni tributos ni amenazas.

Los plebellos y los nobles
Con gran ardor se emplearon
Para defender su honra
Y así al Moro derrotaron.

Que en Simancas se libró
Por defender sus doncellas
Una cruenta batalla
Que la historia aún nos recuerda.

Y con orgullo Simancas
Esta batalla recuerda
De como sus caballeros
Defendieron sus doncellas.

Novecientos treinta y nueve
Seis de Agosto el día era
Que memorable batalla
En Simancas sucediera.

Se atribuyo la victoria
A Santiago y San Millán
Que la leyenda nos cuenta
Que los vieron pelear.

A caballo pelearon
Al lado de los Cristianos
A caballo pelearon
Por expulsar los paganos.

Sucedió que al día siguiente
Un eclipse de sol
Cubrió la tierra aquel día
De tinieblas y terror.

Dos días al menos pasaron
Sin que nadie se moviera
Pués temerosos estaban
Por ver lo que sucediera.

Supersticioso el Cristiano
Pero más el Musulmán
Han empezado la huida
Y hacia Zamora se van.

Fuertemente derrotado
Fué Abderramán en Simancas
Nunca se lo perdonó
Que en Simancas le humillaran.

En Simancas eran siete
En el Reino en total cien
Por todas ellas lucharon
Y las defendieron bién.

Siete tempranos claveles
Siete orquídeas, siete rosas
Siete jazmines en flor
Siete flores olorosas.

Leonor tu eres la mayor
Negro tienes el cabello
Negro como el azabache
Tu destino también negro.

Tú mi querida Lucía
Tus ojos son azul cielo
Que derraman alegría
Y amor si buscas consuelo.

Laura tienes una cara
Suave como terciopelo
Rasgos duros rasgos bellos
Que resaltan en el cielo.

Eva tu nombre es bonito
Como un rosal cuando brota
Con sus pétalos y flores
Así tienes tú la boca.

Son tus brazos Isabel
Fuertes como el pedernal
Cuando abrazas das cariño
Cuando abrazas para amar.

Tienes un cuerpo Yolanda
Con tu gracia al caminar
Flexible como una mimbre
Que enamoras al pasar:

Inmaculada tu gracia
Y tu cara de bondad
Eres dulce y cariñosa
Eres como una deidad.

Son estas siete doncellas
Las más bonitas del Reino
Las más dulces no habrá duda
Al amor no ponen precio.

Nos cuenta la tradición
Que de padres a hijos pasa
Que las doncellas cristianas
Ya no fueron a sus casas.

Que en un convento de monjas
Vírgenes se conservaron
Y como buenas Cristianas
En Aniago Terminaron.

En Aniago un buen día
La muerte las visitó
Aniago las dió la muerte
Aniago las supultó.

Era su nombre Bureva
Pueblo de las Siete Mancas
Le hicieron cambiar de nombre
Y hoy le llamamos Simancas.

En esta historia tan bella
Una coplilla quedó
Que Simancas con orgullo
De esta manera cantó.
POR LIBRARSE DE PAGANOS

LAS SIETE DONCELLAS MANCAS
SE CORTARON SENDAS MANOS
Y LAS TIENEN LOS CRISTIANOS
POR SUS ARMAS EN SIMANCAS.